Lavanderas
Otro punto de reunión era el río. Si las aguas del Anduña o del Zatoia hablaran…, cuantas disputas habrían presenciado: “que si tú me has quitado el sitio… que tú me manchas la ropa…que me falta alguna prenda…”
Uno de los trabajos más duros y sacrificados para aquellas mujeres que, según cuentan, muchas veces tenían que romper el hielo para poder lavar.
Se utilizaban diferentes zonas del río por diferentes pasos y así se repartían para más comodidad y proximidad a su casa. Cada una llevaba el canasto de ropa, el cajón para arrodillarse y el jabón, también hecho en casa.
No había lejía y se limpiaba, sobretodo la ropa blanca, con ceniza. Se remojaba la ropa en el río y se volvía a casa. Se colocaba bien en la “COMPORTA” (recipiente de metal grande y alto con un desagüe en la parte inferior) se cubría con un paño en el que se ponía la ceniza y se le echaba agua bien caliente. Se dejaba un rato a remojo y vuelta al río a aclarar. Si el tiempo era bueno se tendía en los “ollagares” de los campos cercanos.
BLANQUEANDO LA ROPA